
Martín (de padre oaxaqueño y madre búlgara) inicia su carrera como artista plástico en 2015. En las primeras pinturas explora su lado más introspectivo. Plasma sus recuerdos, experiencias y vivencias más significativas, lo que da como resultado una pintura que va de lo complejo de la naturaleza humana a lo más sensible de ella. Su ruta artística se empieza a abrir gradualmente hacia otras posibilidades y escenarios, orientándose, por ejemplo, hacia los ecosistemas esenciales que sostienen la vida y su traspolación al campo de la plástica. Para Dimitrova el agua tiene una fuerte conexión con el ser humano sobre todo porque ambos son capaces de guardar información, energía y memorias líquidas. Estas cualidades de la naturaleza llevan al pintor a recordar y explorar momentos complejos que atesora el subconsciente y luego viene el reto de darle forma en la obra de arte. Los procesos creativos son complejos. Se dice que estos procesos son el corazón de la psicología del artista y se extienden durante toda la vida. Martin Dimitrova ha iniciado con el pie derecho.Por alguna razón evitó la inercia de pintar lo que impone el ambiente local, eso que algunos críticos han llamado “oaxaqueñismos”. Tiene la ventaja de aprovechar un fenómeno que en tiempos de la Guerra Fría se llamaba «inspiración recíproca», o sea, lo que en aquellos lugares se entendía como un continuo intercambio de ideas entre Este y Oeste.




