Niños y niñas que crean mundos donde los prójimos se miran en un espejo encantado y descubren a niños y niñas que se miran en un laberinto sin fin.
I. En la vasta iconografía de Mesoamérica, el rayo y la lluvia encarnaban el poder de las deidades que daban forma a la vida y a la muerte. Demián Flores, artista juchiteco con una trayectoria marcada por la exploración identitaria y la crítica sociopolítica, retoma estos mitos para construir un proyecto plástico que no solo reinterpreta lo sagrado, sino que lo reconecta con las fisuras del presente. Su exposición Cosijo, presentada en el Instituto de Ciencias Jurídicas de Oaxaca, se inscribe en una estética de la resistencia que escarba en la historia para reimaginar el porvenir.

II. Es interesante descubrir que las primeras referencias sean las que se viven en el entorno inmediato y más íntimo. Luego, da paso el “traslado” de sus percepciones –en apariencia básicas– a un lienzo programado donde el color, no obstante, estalla “maleducado” (entre comillas, por favor) como una rueda catarina, con libertad y liberalidad, con el candor vital que en algún momento del camino se perderá en la mayoría de los casos. Aquí se desdoblan los sentimientos –sean científicos, filosóficos, teológicos y esas cosas que entretienen a la humanidad y que pese a todo se mantiene en profunda oscuridad– más bien, aquí se abre un abanico de colores que ha cobrado vida, sentido, intuición, gracias a experiencias de ver y sentir “algo” en esos atardeceres y viajes, en aquellas observaciones lunares, folclóricas, zoológicas e incluso de ver pinturas de pinturas, valga el juego de palabras para decir “me quito el sombrero” …
III. El mundo es amplísimo en este juego de pinceles, de ocurrencias y vacilaciones, entre convicciones y sentimientos de logro, de saber o percibir quizás, que el ingenio es capacidad humana, solo humana, gracias a la percepción estética (ojo: los animales no pintan, hacen como que hacen que pintan sin saber que pintan).



IV. Pintar con libertad, sin hambre, sin estarse muriendo, sin escuchar el estallido de la pólvora, el palabrerío de otras guerras que se libran con violencia, crueldad y odio en una casa… pintar sin estos escenarios es un privilegio. Un don. Un milagro. Un vaso de agua limpia, como el amor verdadero, como creer en la esperanza y luego abrir la cortina y verla ahí, trasparente, palpable, descubrir que era verdad aquella ironía de quienes no supieron vivir y la tiraron a la basura. Y nunca desapareció ni andaba perdida.
V. Es un remanso este clima, la atmósfera que se respira en la sala, ver cada una de estas pinturas y convencerse que detrás de ellas hay un ser de exquisita sensibilidad e inocencia. Hoy nuestra fiesta no es con globos, o en una de esas sí, si sabemos mirar la poesía de cada obra. Pensar que en el futuro será arte con todas sus letras y todas sus posibilidades. Esta página no tiene punto final porque la historia continúa.
Edgar Saavedra